Tengo ganas de no quedarme con las ganas. De decirte tantas cosas que callamos.
Que el silencio alimenta lo hiriente de las palabras que nunca pronunciamos.
Que todos bailamos con nuestros demonios. Con caricias incluidas. Con miradas inciertas en la nada.
Que la vida es besar el suelo para saber a qué saben los tropiezos. A qué saben las oportunidades perdidas. El lodo de lo desvanecido.
Que la distancia son solo nueve letras ordenadas por quién sabe qué perdió y dónde.
Que la vida es la suma de nuestras decisiones y nuestras no decisiones. Todas ellas lo son en si mismas.
Como también lo es la suma de las personas que forman parte de tu existencia, y de lo que eres. De lo que dejaste de ser por ser quien eres.
Que las personas que te importan no deberían quedarse entre silencios. Silencios de la duda, vestidos de lo importante. El desasosiego que marchita. Te marchita. Y claro, así no.
Y aquí andamos, como si el mañana fuera un futuro lejano, y lo tenemos a la vuelta de la esquina. La jodida esquina que llega con las circunstancias del revés.
Y pensamos…
Sin él estoy perdida.
Sin él mi vida no tiene sentido.
Sin él estoy vacía.
Sin él no soy nadie.
Y ciertamente, tenemos razón. Sin nuestro amor propio no somos, ni nunca seremos, (de) nadie. No hablo de alguien ajeno a tu propia persona. Si no de ti. Sí, TÚ.
Anduvimos por la calle de la nostalgia durante un breve tiempo caduco.
Aprendiendo de la vida más que de los libros.
Sucumbiendo a los pecados que nos llenaron los vacíos mal entendidos, mal gestionados, mal de todo y de todos, de muchos al menos.
He llegado a estar en la luna y quedarme en ella mientras observaba cómo se alejaban los susurros. Hasta que me di cuenta que la luna te la regala cualquiera. Los susurros también. Los suspiros no, no te los provoca cualquiera. Y el aliento tampoco, tampoco te lo quita cualquiera.
Y dejamos pasar el tiempo. A ver si con suerte las heridas curaban y quedaba una bonita cicatriz. Pero hasta para eso hay que cuidar lo que importa, o lo que importó en su día, aunque ahora ya no. Porque somos la suma de todos esos momentos vividos, esos recuerdos hechos cenizas.
Y mañana será otro día jodidamente maravilloso en el que pintaré mis lágrimas de colores y purpurina. Porque he venido a dejar huella en esta vida.
Vida que te va quitando todo con suma perseverancia y paciencia, pero al unísono con ella, voy construyendo una colección indecentemente infinita de momentos mágicos perecederos. Sí, para los restos. Para siempre.
Y así, claro, así sí. Así cualquiera se me pone delante a hacerme frente. Y punto.