domingo, 22 de octubre de 2017

A veces no soltamos. Sencillamente...

Nos ofuscamos. Claro. Nos ofuscamos sin pensar en qué nos ata realmente a algo o a alguien. 

Nos olvidamos de que somos nosotros mismos los únicos que debemos gestionar nuestras emociones. Y claro, así, no. 

Dejamos que los demás gestionen nuestras emociones por nosotros, consciente o inconscientemente. Y claro, así, no.

Pensamos que el mundo se acaba cuando sueltas... o te sueltan. Y claro, así, no. 

Des-ata lo que no te aporta.
Des-ata lo que no te hace feliz.
Des-ata lo que no te deja dormir tranquilo.
Des-ata lo que no te hace crecer.
Des-ata lo que te atormenta.
Des-ata lo que te angustia.
Des-ata lo que no te deja respirar literal... y metafóricamente.
Des-ata lo que no te deja compartir. Ese ni contigo ni sin ti tan tóxico, tan envenenado de muerte en vida.

Qué manía esa, la de pensar que las ataduras son sanas. 

Nos olvidamos de que no sería necesario soltar si gestionáramos las emociones de forma más inteligente. 
Y me incluyo la primera en ese proceso de aprendizaje.


Y es que a veces, no sueltas. Sencillamente te percatas de que nada te ataba.





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