Entendí que la vida no es la que da muchas vueltas como nos hicieron creer.
Que somos nosotros los que las damos al son de las decisiones que tomamos ante cada circunstancia de la vida.
Nuestra propia vida.
Sí, la nuestra, que para algo es nuestra.
Y claro, así, sí.
Sí siempre.
Sí a todo y con todo.
Sí, y punto.
Que crecer bajo la (o)presión de la sociedad a veces es agotador. Pero que nadie tiene derecho a marchitar nuestros sueños.
Pobre tú si dejas de soñar porque intentaron intoxicar tu ilusión.
Hablamos del respeto que no recibimos, pero no nos planteamos si nuestro respeto va más allá de las circunstancias propias o si acarician las ajenas.
Nos llenamos la boca de tolerancia y dejamos detrás el rastro del respeto perdido hacia los demás, y hacia ti mismo.
Y claro, así, no.
Pues no.
No, ni hablar.
No nunca.
No y punto.
Y la pregunta sigue bailando al son discordante de la obra de teatro que tengo ante mi llamada vida, ¿cómo se puede respetar a alguien si antes no nos respetamos a nosotros?
Los demás van a respetarte cuando comprendas que el primer respeto es el que te debes a ti mismo.
NOTA MENTAL: TÚ.
Es decir, tú mismo.
Y no es egoísmo.
Es amor propio.
Es respeto por lo que eres, por quién eres.
Y ya.
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