Permítete perdonarte.
¿Y si de vez en cuando hiciéramos introspección y nos permitiéramos la licencia de pedirnos perdón a nosotros mismos?
Sí, pedirnos perdón por habernos dañado, por ejemplo. Porque lo hacemos, claro. Por supuesto que nos autolesionamos.
Estamos acostumbrados a pedir perdón a los demás. Por haberles dañado, por no haber estado a la altura, por haberles decepcionado... Disculpa, ¿y nosotros? Claro, olvidándonos de nosotros mismos, pues no.
Nadie se libra de autolesionarse. NADIE. Sea de la forma que sea, en el momento que sea, las circunstancias o el entorno que sean. No importa. Siempre hay un momento en nuestra vida, o dos... o más, en los que parece que el mundo se derrumba a nuestros pies. Nuestro mundo.
Ese mundo que orquestamos, supuestamente a nuestro antojo, pensando que todo es una mierda. Sí, dije mierda.
Pero es que las circunstancias no tienen vida propia, y las miramos desde abajo, ellas por encima de nuestro hombro, creciéndose por momentos porque les permitimos que lo hagan, viéndonos sumidos en el estoicismo y la degeneración de nuestro ser, como si tuvieran el control de nuestra propia existencia. Y claro, así, no, ni hablar.
Tanto disertar de hipocresía y luego los más hipócritas somos nosotros con nosotros mismos. Intentamos que nos perdonen, perdonamos a los demás, pero seguimos sin perdonarnos nosotros.
En serio, perdónate a ti por haberte hecho daño. Por haberte subestimado. Por haber dejado en el letargo el amor propio y la autoestima, dejándolos en el baúl de los recuerdos. Aunque no los hayas perdido, pero todavía no eres consciente de ello.
Perdónate por pensar que no podías lograrlo. Por dejar que te manipularan. Por permitir que echaran por los suelos tus sueños, aunque fuera durante un breve tiempo caduco. Porque ¿sabes?, recogerlos de nuevo es cuestión de actitud, y de ganas, de muchas ganas. Si es que el secreto siempre está en las ganas. SIEMPRE.
Pon un punto final a las lágrimas sin retorno. Esas que marchitan el alma herida, el alma dolida. Esas lágrimas dedicadas e invertidas en lo que no es, claro, así no. Esas que salen demasiado caras, y además, sin reciprocidad del mundo.
De verdad, perdónate. Si tú no te perdonas, nadie lo hará por ti en ese runrún que te corroe por dentro. Ese pesar que marchita y amustia lo que eres. Que es mucho.
Es el principio para aprender a respetarnos. A nosotros mismos, claro.
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