Uno entierra los errores solo por dos motivos.
Uno, cuando no quiere asumir las consecuencias y no es capaz de admitir su parte de responsabilidad que le obstruye. Y no hablo de culpa. La culpa es para los mártires. Y ya me perdonaréis, pero no creo en los santos. Todos hemos “pecado”. Y qué bien sienta pecar, ¡¡oiga!! Sigamos pecando, sigamos…
El segundo motivo, porque los hemos admitido y subsanado en caso de poder ser enmendados. Y eso sienta aún mejor. Ese sosiego, esa calma, esa losa interna hecha añicos, ese pesar que apretujaba la conciencia dejándola sin aliento, sin aire… sin ser.
Sí, sin ser uno mismo, sin ser libre. Porque la conciencia tranquila y serena te hace libre.
Ser consecuente con nuestros actos nos hace más humanos. Unos dirán que más vulnerables. Genial, adoro la vulnerabilidad de mi sentir. Porque he aprendido a serlo con lo que realmente me importa. Con quienes realmente me importan, claro, si no, pues no.
He aprendido que el amor no rompe. Resquebraja a veces para percatarte de que sigues estando vivo. Para hacerte más fuerte. Para conocerte más, y mejor, claro. Dicen que eso es madurar. No sé yo… sí sé, quizá, a saber, puede ser… puedes SER. Ser tú, claro.
Me dijeron una vez: “Estás loca por querer a pulmón, por quitarte las corazas. Con el daño que te han hecho.” Hasta que volví a curar las heridas del pasado de quién lo dijo. Luego compartimos la locura, claro, y las perspectivas cambiaron. Ha llovido mucho ya.
Uno se convierte en el saco de boxeo emocional de las personas que realmente importan. Las que aportan, las que no molestan. Las que suman. Y así, como para no ser vulnerable a conciencia. SIEMPRE. 💙
Una vez dejé que me intoxicaran la #locura. Y nunca más. Jamás dejes que alguien intoxique tu sana locura, esa preciosa incordura.
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