martes, 2 de mayo de 2017

He aprendido...

HE APRENDIDO (y lo que me queda por aprender... y sentir, sentir mucho, hasta que duela de bien).

He aprendido a sobrevivir. A entender que la vida transcurre mientras nos ofuscamos con memeces que no merecen un ínfimo momento de nuestra existencia.

He aprendido que el secuestro emocional solo asfixia si permitimos que se prolongue en el tiempo de la elocuencia… y de la sin razón de la incongruencia.

Que nada dura para siempre, ni lo bueno, ni lo malo. Malo, o como se llame… o como quieras tú llamarlo. En realidad todo, absolutamente todo, tiene la importancia que uno le da. Ni más, ni menos.

“Memento mori”. Recuerda que morirás. El arte excelso que abraza y envuelve la mortalidad como medio para hacernos entender mejor la naturaleza efímera, perecedera, de los esfuerzos terrenales y temporales. Nuestro tiempo es limitado. Y lo estamos empleando de la forma más absurda en muchas ocasiones.

He aprendido a sobrevivir. A resurgir de las cenizas. A no perder el tiempo en futilidades. A cogerme las entrañas y hacerme corazas con ellas… una vez tras otra. Pura resiliencia. Se llama sentir, y vivir, por supuesto. Se llama dar, dar mucho incluso cuando no recibes por igual. Desnudando el alma por las cosas y las personas que merecen que te dejes la piel. Lo que hay detrás de ella y pocos ven. Que permites que pocos vean, más bien… y sientan. 💙

Me he sumido en la desesperación de no lograr mis retos por causas ajenas, y propias cuando ya no me quedaban más fuerzas. Hasta que los logré todos y cada uno de ellos. A cabezonería pocos me ganan, lo admito. 

Me he sumido en la incertidumbre de las emociones incontrolables de otros, y de la mala gestión de las mías. He llorado lo que no está escrito por quienes no merecieron mis lágrimas, y por quienes sí. Tengo que empezar a aprender a equilibrar eso de regalar lágrimas por doquier, incluso en esos silencios compartidos con uno mismo.


No me arrepiento de nada en absoluto. DE NADA. Todo cuanto he vivido ha hecho que hoy sea la mujer que soy. Queda mucha guerra por dar. Muchas lágrimas por derramar. Muchas batallas por librar. Muchas emociones que compartir. Sí, sobretodo lo último. Porque compartir es vivir. Ese resquicio de felicidad que va sumando a cada instante para magnificar nuestra existencia y darle sentido.

He aprendido que la perfección existe en cada uno de nosotros. Sí, en la forma más imperfecta que cobijamos latiendo en nuestro interior. Nuestra forma más sublime de ser quienes somos, afortunadamente, con todas y cada una de nuestras taras y consecuencias. Esas que nos hacen únicos e inclonables. 

Esas taras que nos hacen temer lo desconocido, aunque olamos a millas la felicidad de las decisiones que nunca tomamos. Menos palabras y más hechos. La vida no es para llorar lo que no intentamos. Qué manía esa, pensar que somos eternos y somos tan sumamente fugaces... 


He aprendido que EL RIESGO SIEMPRE MERECE LA PENA, porque te la quita… la pena, claro.



Foto: Ana Mañez (gracias mi niña, por sacar a relucir la alegría que hay en mí)

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