El amor no se piensa. Se siente.
El amor no te ata. Te desata.
El amor cuida. No descuida.
El amor cuida. No descuida.
El amor no te destruye. Te construye, y se construye.
El amor no deteriora. Repara.
El amor no te empequeñece. Te magnifica haciéndote crecer.
El amor no hiere. Cura. Sobre todo el amor propio.
Y si no es así, no es amor.
Nos empeñamos en darle nombre a las cosas que no lo necesitan.
A lo intangible de los sentimientos que apretujan el alma para seguir alimentándola.
A ordenar emociones que evidentemente no necesitan ser ordenadas. ¡¡Qué osadía!!
Nos empeñamos en buscar respuestas que ya tenemos en silencio.
Pero seguimos escudriñando para no admitir que siempre, siempre, las decisiones importantes necesitan valentía y coraje, y no silencios mal gestionados, mal entendidos... mal de todo (y de todos).
Persistimos en encontrar la solución en otros, cuando somos nosotros mismos la suma de nuestras decisiones y nuestras no-decisiones convertidas en esa solución que ya tenemos.
Ese primer abrazo sentido donde no corre el aire, porque de dos, uno. Algo así como... siento que te conozco desde hace muchos años.
Esos señeros abrazos con personalidad propia y sin retorno, que marcan un antes y un después a tu propia existencia. A la nuestra, claro.
- ¿A qué huelen los abrazos?
- A ti.
Así de simple.
Así de fácil.
Así de lejos... y tan cerca.
Ilustración: Alejandra Acosta
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