Nadie tiene la verdad absoluta. Cada ser humano construye la realidad en función de lo que su cerebro percibe.
Deberíamos dejar ya de pensar que somos Dioses.
La percepción de cada realidad es tan subjetiva como objetiva, dependiendo de los registros del cerebro de cada persona.
Su pasado y su presente forman el global de su aprendizaje y su "sabiduría". Todos somos sabios y tontos en la medida de lo que sepamos, no solo por los estudios, sino por dicho aprendizaje, dentro y fuera de las aulas.
Y en base a este aprendizaje, determinamos conclusiones en milésimas de segundo y tomamos decisiones en menos de dos segundos.
Insisto, nadie tiene la verdad absoluta porque todo, TODO, se basa en la percepción única y personal, que no intransferible debido a los impactos externos constantes, de nuestro cerebro.
¿Por qué llamamos blanco al blanco? ¿Porqué llamamos café al café? ¿Por qué llamamos petricor al olor que desprende la tierra seca cuando se humedece con el agua de la lluvia?
Siempre digo que contamos historias para no olvidar quiénes somos y de dónde venimos en realidad. Y que las palabras son el hilo conductor de nuestro entorno, sea el entorno que sea y al nivel que sea.
Hacer un buen uso de las palabras siempre es enriquecedor tanto para quien las "escupe" como para quien las recibe.
Pero de verdad, deberíamos dejar de pensar que somos Dioses y dueños de todo, sobre todo de la verdad absoluta inexistente.
A veces, y solo a veces, somos más ángeles caídos que Dioses.
Tanta arrogancia, tanta soberbia, tanto ego mal entendido y peor gestionado. Tanta incertidumbre y tantos miedos incomprendidos. Tanta carencia de valentía para las cosas, incluso para las más inverosímiles.
Tanto miedo a la verdad, incluida la no absoluta, y tanto cariño a las mentiras dañinas por autoproteger lo que, tarde o temprano, verá la luz. Tanto de todo y tanto poco de nada... o demasiado.