No recordamos días, recordamos momentos. Si coleccionáramos más momentos y menos cosas, nuestra vida sería un lugar digno de la irrazonable inmortalidad.
Hoy pensaba que, a veces, llenamos vacíos mal entendidos con la insensatez de las cosas tangibles que caen en el hueco de la falsa felicidad. Una felicidad con fecha de caducidad, claro. Y así, pues no.
Otras tantas, los llenamos con personas convertidas en parches para las heridas recientes, esas que necesitan un tiempo personal para curarse, para madurar, para aceptar el cambio. Sí, cambio. En nosotros, por y para nosotros. La aceptación y el entendimiento de ser grandes. 👊🏻
Inconscientes… esos parches nos dañan más que nos curan, y a veces de forma excesiva cual pájaros enjaulados, cortando alas. No nos percatamos hasta que despojamos ese apaño, ese recosido que no encaja en nosotros, y dejamos que el aire de la vida, de nuestra propia realidad, haga de antiséptico y vaya cicatrizando.
Uno debe creer más en si mismo y luego en los demás. En ese orden. La fortaleza de espíritu no radica en el resto del mundo, sino en el nuestro propio, en nosotros.
Deberíamos mirar más a la luna, aunque ésta está llena de miradas perdidas buscando respuestas. Sería una bonita forma de perder de vista lo que nos deteriora, para encontrarnos a nosotros, nuestra esencia, eso que nos hace ser quienes somos. Y claro, así, sí.
Falsa utopía. Bienvenida realidad... esa que nos hace crecer de forma inconmensurable. No olvides que tu corazón, y lo que en él reside, es tu huella "tactilar". Sí, de tacto... 💙
Foto: Flora Borsi
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