Aprendí a no hacer caso al miedo. A convivir con él en simbiosis, sin molestarnos.
Aprendí que el miedo, sobretodo cuando se trata de los asuntos del corazón, no conlleva nada bueno. El vaivén del tira y afloja entre razón y corazón termina por dejar heridas. Las tuyas.
Aprendí que las puertas de la felicidad se abren a su paso, y al tuyo, cuando eres tú mismo quien se hace dueño de tu propio destino.
Aprendí que el miedo siempre intentará susurrarte cautela con las emociones ajenas... y las propias. Ignórale. De verdad, ignórale y siente. Siente mucho. Aunque duela, entiéndeme. 💙
Y si duele, no pasa nada, las heridas se curan. Siempre aparece quien se transforma en apósito de felicidad para ayudar a sanarlas. Y cuando menos lo esperas...
Respira profundo y deja que tus entrañas desgarren de la forma más tierna el ritmo incongruente de las corazas. Deja de lamentarte por tus circunstancias para ser feliz. Sé feliz.
Tan simple, y tanto que lo complicamos.
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