Querer lento y bien, sin necesidad de más, si no mejor, también cuenta como sentimiento sempiterno.
Deberíamos dejar de decir que queremos mucho.
¿Cómo se mide mucho?
¿Cómo se mide el yo más?
¿Cómo se mide la desmedida confusa del mal querer por un mal entender enajenado?
Tenemos memoria selectiva.
Hay algo más importante que querer mucho. Y es querer bien para aprender a querer mejor.
Empezando por ti mismo, claro.
Ese sentimiento inconmensurable e imperecedero que se convierte en eterno.
Ese sentimiento intangible que ni la distancia ni el tiempo son capaces de destruir porque es perenne y perpetuo.
Contigo es para siempre, no lo olvides.
Esa relación que va a durar(te) toda la vida.
Sí, TODA.
Deja de fustigarte por la autoincomprensión y sé, aunque sea solo un poquito, más benevolente con tu propia existencia.
Cómo, y no cuánto, quieras a los demás, también lo decides tú.
Y nos fustigamos por la sinrazón especulativa del qué dirán.
Pero olvidamos que nadie tiene derecho a juzgar(nos).
Porque nadie más que tú sabe a qué huele tu tristeza.
A qué saben tus logros.
Qué tacto tienen tus ganas de aprender... y crecer.
Qué música vives con tus ganas de querer.
Nadie sabe qué sabor tiene la sonrisa de tu felicidad... o sí.
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