domingo, 24 de mayo de 2015

Freud, mi mamut epiléptico... y me convertí en inmune para salvarle la vida

Hoy es el DÍA NACIONAL DE LA EPILEPSIA. No tengo un hijo epiléptico, ni un familiar, ni un amigo ni tampoco un conocido... TENGO UN PERRO EPILÉPTICO.

Ahora que ya todo está más o menos normal, puedo decir con tranquilidad que este mes está terminando bien, por fin, y me siento feliz y calmada!!

Hace un mes, mi perro Freud, con un año y tres meses, tuvo a lo largo de un mismo día 3 ataques epilépticos. Hace dos meses tuvo el primero, justo después de morir mi gata, de quien tenía una devoción exagerada por ella. Bueno, tanto Freud como yo sentíamos un gran amor por ella, sinceramente. Antes no nos dejó la gata, pasamos dos semanas horribles, afectándonos de sobre manera tanto al mamut, como a mi.

El caso es que al día siguiente, ya tranquilos, Freud sufrió un ataque epiléptico durante la madrugada. Fue horroroso. No se lo deseo a nadie en el mundo, ni a mi peor enemigo si lo tuviera (seguro que hay alguno, pero para el caso, no me importa). Me asusté tanto o más que el perro, que después del ataque y el episodio de convulsiones, estaba totalmente ido, desorientado y desubicado. Yo estaba temblando, asustada, impotente, y llorando por no saber cómo actuar. A pesar de haber sido auxiliar veterinaria, no es lo mismo tratar a los de los otros que al tuyo propio y más la primera vez.

Después de lo de ese lunes creo que ya me he hecho inmune. Pero esa primera noche Freud me gruñó en 4 o 5 ocasiones siempre que le llamaba por su nombre, intentando calmarle. Nunca antes lo había hecho. Pasaron minutos que parecieron horas. El tiempo parecía no pasar… fue una situación eterna que jamás olvidaré. Hasta que al rato se acercó a mi. Miedoso, desconfiado… y yo desde el otro lado de la barrera que tengo en las escaleras que van de la planta principal a la planta del despacho y el dormitorio.




Soy de las que piensan que los perros sí son racionales. Sino, a santo de qué nos comprenderían, sentirían nuestras emociones, nuestras sensaciones, nuestros estados anímicos. Si bien es cierto que en estados de desconcierto como el que se encontró Freud, su instinto animal salió a flote para sustituir la racionalidad existente en la mayoría de casos. Totalmente comprensible. Freud activó su estado de defensa ante su desorientación y el hecho de no reconocerme. 

Esa noche no dormí. Pendiente de cada ruido, de cada movimiento, e incluso del miedo a que le diera un ataque agresivo. Me encerré en la habitación. 

Y transcurrieron los días, y en Talamanca de Jarama, el pueblo donde vivo, empezaron las fiestas. Dos semanas de petardos, de música cual discoteca metida en casa, los ruidos estruendosos, los borrachos sin ética, educación ni civismo. Dos semanas de entradas y salidas del portal, portazos va que te viene todo el día… y la noche. Y por fin terminaron, el domingo de hace un mes. Y cuando volvió la calma, con ella el lunes y los tres ataques que he mencionado inicialmente. Otra situación que, además de hacerme inmune, además de hacerme fuerte, fría y calculadora para la próxima, también me ha enseñado mucho.

Esta vez fue diferente. Fueron ataques muy intensos pero más breves. Y su desorientación menor. Incluso cuando se incorporaba, venía en mi búsqueda, como el hijo que necesita a su madre cuando se encuentra mal. Ese instinto que tenemos de la necesidad de protección para el sosiego. Y así lo interpreté yo. No sé si será esto, pero si no lo es, no quiero saberlo. Quiero vivir con mi ignorancia en este caso, pensando que Freud me necesitaba y sabía que conmigo estaba a salvo. Y lo está. Porque mientras yo esté cuidando de él, mientras mi casa sea su casa, a Freud no le faltará de nada, como tampoco le faltó a la gata. 



No tengo un hijo epiléptico. No tengo un familiar epiléptico ni tampoco un amigo. Tengo un perro epiléptico que convive conmigo y de quien me ocupo que no le ocurra nada. Este mes ha sido duro, intenso, estresante y con momentos de querer tirar la toalla, entre veterinarios, pruebas, medicamentos y demás historias, y entre otras cosas porque le surgió de nuevo la ansiedad por separación que hacía casi un año que ya no tenía. Estas situaciones me han enseñado a tener más paciencia de la que imaginaba. A cambiar el chip. Freud no es mi hijo, es mi perro, y debo (deberíamos todos los dueños de perros) entender que si se le trata como a un hijo le perjudicamos emocionalmente. Freud está más tranquilo cuando recibe el cariño justo y el juego justo. No el exceso de ello.

Los animales son más agradecidos que los seres humanos. Y Freud, mi mamut epiléptico, me lo demuestra a diario. Es un perro feliz. Nos queda tantísimo por aprender...




4 comentarios:

  1. Elia gracias por compartir tu historia con tu hermoso peludo. Creo que a todos los que tenemos perros y los amamos tanto que los tratamos como hijos en vez de perros, y cuando su entrenador me enseño el daño emocional que eso les crea, no lo entendía. Hoy en día los amo a los 5 como lo mas hermoso de mi vida, pero jamás sin olvidar que son perros y no bebes humanos.
    Gracias, un beso para ti y Freud. 😍🐶. Adriana

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    1. Adriana qué alegría que dejes aquí tu comentario. Gracia niña.

      Así es. Yo tampoco lo entendía, hasta que estos días me he dado cuenta de algo. Freud está más tranquilo, más calmado, más obediente y más feliz. Menos ansioso, menos nervioso... más sosegado. Es un error pensar que cuanto más los mimamos y los sobre protegemos dándoles exceso de cariño, mejor están. Todo lo contrario.

      Un abrazo enorme!!

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  2. Hermosísima y tierna historia; comprendo en parte lo que has pasado y debes saber que cuentas con el apoto de TODOS los que nos consideramos animalistas. Ojala y todo mejore y puedan vivir la vida que se merecen. Abrazo Elia!

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    1. Muchas gracias por tus palabras Roberto. Y gracias por pasarte por aquí.

      Saludos y feliz lunes!!! :)

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