Entendí que la vida a veces se pone muy jodida.
Así, con la boca grande y la mente cerrada.
Con el vaivén de una sociedad marchitada que solo grita estereotipos nauseabundos de lo que han estipulado como “normal”.
Qué manía esa. Pensar que debemos ser la media naranja de alguien.
Que sin alguien no somos viento, ni sueños, ni retos… ni vida.
Y claro, así, no.
No, ni hablar.
No nunca.
No siempre.
No tú.
No nadie.
Nacemos siendo la parte completa de nosotros mismos.
La media naranja de nuestra otra mitad.
Así, con el amor propio subido por montera.
Y qué bien nos queda ese vestido de autoestima.
Hace juego con esa mirada de libertad.
Pero libertad de palabra, no solo de mente.
Libertad de hechos, no solo de sueños.
Libertad para volar con los pies en el suelo, y la mente en las nubes de lo tangible, de lo palpable.
De lo que se puede realizar porque tenemos la entera convicción de hacerlo posible. Y PUNTO.
No la "libertad" metida en esa jaula manipulada por el antojo ajeno de quienes anulan los principios de la moralidad más básica.
La nuestra.
La tuya.
La de todos.