Transgredir la ley del tiempo es tan incauto como el hecho de pensar que lo que presuntamente resulta tan fácil de hacer, es absurdo no hacerlo. Como dijo Julio Cortázar, "en realidad las cosas verdaderamente difíciles son todo lo que la gente cree poder hacer a cada momento.”
Y en el vaivén de nuestra existencia, sucumbimos. Siempre sucumbimos a los deseos alcanzables. Esos que llegan a través de las causalidades de la vida, porque las casualidades quedaron en el regazo de nuestro niño interior aletargado. Las casualidades no existen. Creemos en ellas cuando no sabemos qué respuesta darnos a una causalidad. A algo que, de forma eterna, precede a la realidad más absoluta. Porque todo ocurre por alguna razón… TODO.
Pasan los años, los meses, los días, las horas y los minutos infinitos que pensamos en futuro cuando ya sucumbieron al pasado. Ese tiempo erróneamente eterno que pasa gastando oportunidades palpables. Oportunidades para crecer, para mejorar, para mutar y evolucionar en consecuencia.
Saciamos deseos con un “hay tiempo”, con un “mañana lo hago”, con un “no tengo tiempo”… y vuelven a pasar esos minutos eternos convertidos en años vacíos. De mi padre he aprendido tantísimas cosas que no tengo vida suficiente para agradecerle tanta sabiduría, tanta humanidad en su ser. Ni siendo eterna. De él aprendí, entre tantas cosas, la expresión “Tempus Fugit”. Y me marcó. Vaya si me marcó… Aunque, como todo adolescente, aprendí tarde, a base de palos, de tropiezos, de equivocaciones hechas experiencia y aprendizaje para ser mejor persona cada día.
La vida es para vivirla, no para verla pasar. Nadie dijo que sería fácil, pero lo fácil nos hace cómodos, nos convierte en letargo marchito de nuestras circunstancias. Y recordando el libro “El Arte de la Guerra”, de Sun Tzu, me ubico mentalmente donde permanecer en silencio reviviendo uno de los capítulos, el de la firmeza. Me percato de cuán imprescindible es transformar las enseñanzas de quienes sobrevivieron a las condiciones de la sociedad, para nuestra propia supervivencia que nos convierte evolutivamente en más sabios.
Dice así: “El desorden llega del orden, la cobardía surge del valor, la debilidad brota de la fuerza.Si quieres fingir desorden para convencer a tus adversarios y distraerlos, primero tienes que organizar el orden, porque sólo entonces puedes crear un desorden artificial. Si quieres fingir cobardía para conocer la estrategia de los adversarios, primero tienes que ser extremadamente valiente, porque sólo entonces puedes actuar como tímido de manera artificial. Si quieres fingir debilidad para inducir la arrogancia en tus enemigos, primero has de ser extremadamente fuerte porque sólo entonces puedes pretender ser débil.”
La vida transcurre al ritmo que marca un tiempo que no perece, un tiempo que no queda en el resquicio de nadie porque éste, precisamente, no respeta condición alguna de forma eterna. Sin cruzar nuestra propia existencia, o vivimos en simbiosis con él, o fenecemos en una torpeza autoimpuesta por la cobardía de no vivir nuestra propia vida… simple y complejamente, nosotros mismos, consecuentes con nuestras acciones y valores.
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